La familia de peces Verdes era numerosa. Eran todos brillantes y hermosos peces de color verde.
Todos nadaban siempre juntos, sin tocarse, pues uno de los peces lideraba al grupo y todos los demás se movían siguiendo las señales de este líder. Eran coordinados y sincronizados, es decir, cuando nadaban parecían como bailando juntos al ritmo de la música de las olas del mar
-Todos para la derecha, ahora para la izquierda, después hacia arriba y al final hacia abajo- Se movían muy cerca unos de otros y aunque eran todos diferentes, unos gorditos, pequeños y algunos flaquitos, nunca se chocaban.
Glupy era un Verde que no sabía cómo nadar con los otros peces. Nadaba muy cerca de ellos o muy lejos. En ocasiones tan cerca que se estrellaba, por momentos tan lejos que se salía del grupo quedándose atrás.
Si todos nadaban a la derecha el se movía a la izquierda. Si nadaban hacia arriba el nadaba hacia abajo.
Glupy no se esforzaba por atender al líder, tampoco por comprender este lenguaje del cuerpo y del movimiento grupal para nadar en armonía con todos.
Un día en la mañana, llegaron con las olas las algas rojas a la superficie. A los peces Verde les encantaba comer estas jugosas algas que se desprendían de los corales. El líder indicó a todos subir a la superficie y Glupy se adelantó creando un gran estrellón. ¡Pum! ¡Pam! ¡Pum!
Generó un desastre en el grupo. Unos salieron impulsados hacia un lado, otros hacia otro lado. Se golpearon unos con otros.
Todos los peces se disgustaron con Glupy y le reclamaron por tal desastre: “Nos hiciste perder las algas”. “Mira cómo me dejaste mi aleta, me duele”. “Nunca piensas en el grupo, solo piensas en ti”.
Glupy se sintió señalado y juzgado por sus familiares. Decidió alejarse de su familia.
Nadaba cerca de un bote hundido y vio a tres pulpos rosados. Los tres se entrelazaban entre ellos con sus tentáculos. Cuando lo vieron se le acercaron. Glupy se sentía solo, así que no se alejó de ellos
Los pulpos lo abrazaron y lo siguieron abrazando y lo abrazaron tanto que Glupy se sintió ahogado. “No me gusta que se acerquen tanto a mi”, les dijo. Esta invasión de los pulpos le permitió comprender que no era agradable tanta cercanía cuando se está con otro nadando.
Se alejó nadando. Vio una familia de peces morados, pequeños y veloces. Se unió a este grupo. -¡Muy rápido!, gritaba Glupy mientras trataba de alcanzarlos. -Aquí el que se quedó, pues se quedó-, le respondió un pez azul. Nadaban muy rápido y ninguno esperaba a los otros. Parecía que no estaban pendientes de mantener una velocidad ideal para los pequeños, los gorditos y los de más edad. A Glupy no le gustó esta manera de nadar, muy poco solidaria. “No me gusta, me gusta estar pendiente de los demás y que estén pendientes de mi”. Aprendió que se debe estar muy atento a los demás cuando se nada. “No es uno solo, es un grupo”, dijo mientras se alejaba.
Conoció luego a las anguilas, eran dos coloridas culebras de agua que nadaban muy cerca entre ellas, aunque no se tocaban. Eran rápidas, sigilosas y se mostraban temerarias. A Glupy le gustó permanecer con ellas pues se sentía poderoso.
Llegó el momento de comer, vieron debajo de una piedra unos insectos marinos y cuando se acercaron, ¡Que horror lo que vio! -Prefiero no comer a tener que atacar a mis hermanos para poder alimentarme-, pensó Glupy luego de ver como entre las anguilas peleaban y se mordían para quedarse con la comida. La más astuta y fuerte comía. Glupy no estaba acostumbrado a pelear por comida, en su familia trabajaban en equipo para buscar la comida y luego todos compartían.
En la arena cerca a las rocas se encontró con una familia de langostas.
Las langostas eran simpáticas, juguetonas y alegres. Permaneció con ellas un tiempo.
Por momentos se juntaban y se divertían, jugaban con sus tenazas y sus colas a empujarse, levantaban arena y se escondían para que las otras las buscaran. La diversión era solo por momentos, pues en otros momentos peleaban, discutían y se picaban. Cada una quería liderar y ninguna escuchaba a las demás. Permaneció con ellas un tiempo.
Un día hubo en el fondo del mar una tormenta de arena, un huracán. Cada langosta propuso una idea diferente para cuidarse y cuidar de todas, pero ninguna fue escuchada por el resto del grupo. Fue un terrible torbellino de agua y arena que arrasó con piedras pequeñas y pedazos de coral; sacudió, movió y revolcó a las langostas y el pez Verde, que no supieron donde refugiarse. Dieron vueltas y vueltas durante horas. En la mañana, cuando todo se calmó, Glupy salió del fondo de una gran montaña de arena y pedazos de coral.
Glupy adolorido pensó: “El líder Verde hubiera sido escuchado por el grupo y por mi”. Entendió el valor de escuchar a un líder.
Al salir, se encontró con un hermoso lugar lleno de corales de diferentes verdes. Debajo de los corales se movían despacio y tranquilos los caracoles de agua salada. Tenían caparazones dorados con rayas cafés. Permaneció un rato con ellos descansando de la terrible noche. Los caracoles seguían a un líder, el líder del grupo era el único caracol que tenía ideas, pero proponía hacer cosas que ponían en peligro a los otros.
El líder de los caracoles se subió a lo alto de un coral muerto y se lanzó por uno de sus tubos el que lo succionó lanzándolo fuertemente hacia la arena. Eran tubos angostos, aunque varios sí lograron entrar y salir, otros se quedaron atascados.
Glupy recordó con melancolía al líder de los Verdes. “Un líder que siempre orienta, escucha y nunca pone en peligro a su grupo”, pensó.
Glupy pensaba en su familia. Empezaba a comprender cómo ser un buen miembro del grupo.
Mientras iba en búsqueda de su familia se encontró con un pez extraño, un Pez Globo.
El Pez le preguntó: “¿En que piensas, para dónde vas?”. Glupy sentía ganas de hablar: “Soy Glupy, me fui a un viaje en donde descubrí que mi familia es lo mejor, aprendí que…”, Glupy hablaba y hablaba pero el Pez Globo no lo escuchaba, estaba tan inflado de vanidad que mientras Glupy se expresaba el se decía a sí mismo: “Soy hermoso, soy el pez más lindo del mar, tengo unas aletas pequeñas y bonitas, mi cola es la más elegante…”.
Glupy dejó de hablar pues se dio cuenta que nadie lo estaba escuchando. “Ya entiendo lo importante de escuchar a los demás”, se dijo así mismo agradecido por esta última experiencia.Este era el último aprendizaje de una larga aventura en la que aprendió muchas cosas sobre ser parte de un grupo.
Cuando encontró a su familia pidió perdón por lo sucedido -Valoro mucho estar en esta familia-, les expresó.
Lo recibieron con cariño. No tuvieron que aceptarlo pues ellos ya lo aceptaban, aunque fuera diferente. Sin embargo, les encantó el Glupy mejorado.
El querer a su familia, sentir gratitud, aceptar sus errores y cambiar, despertó un poderoso amor hacia si mismo.
Autor e Ilustrador: Ana María Lora Torres
Canal de Youtube encuentras este cuento en video: Ana Te Acompaña en Casa
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Reflexión: Para poder fluir en un grupo "como pez en el agua" se requieren varias habilidades, las que Glupy fue aprendiendo en su aventura. El contacto visual, manejo de las manos, manejo de la voz son importantes cuando nos comunicamos, así como mantener un espacio prudente entre el otro y nosotros. El saber escuchar a un líder o ser un líder que orienta y busca el bienestar de todos es también importante cuando se es parte de un grupo. Trabajar en equipo buscando el bienestar de todos, no solo el propio. Ayudar a los más débiles o vulnerables es muy importante y aceptar a todos aunque sean diferentes. Al final, ser parte y un buen miembro de un grupo nos hace sentir felices y nos ayuda a tener amor propio o auto-estima fortalecida.
Puedes leer un artículo completo sobre las Habilidades Sociales en: ¿Se mueve mi Hijo como pez en el agua en el mundo social?
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