El mejor castigo... que asuma las consecuencias propias al Acto

El mejor castigo... que asuma las consecuencias propias al Acto

El mejor castigo, el más amoroso y que realmente enseña a tu hijo, es permitirle que experimente las consecuencias directas de sus propios actos.

Un ejemplo lo explica todo: Antonio, mi hijo de 4 años, lleva un tiempo inventando excusas, diciendo mentiras para no ir al colegio. Dolor de cabeza, dolor de estómago, dolor en las piernas, en los dedos… un día dijo que le dolía “el celebro”. La relación debe basarse en la confianza, entonces el correctivo se basó en el “creer demasiado” y no en el “no creer”. Antonio, “como hoy el dolor es en la uña, te voy a poner esta cremita para que te mejores”, luego ya estarás muy bien para ir al colegio. “Como el dolor hoy es en el cerebro, luego del colegio y despues de hacer tareas no conviene que veas televisión”. Un día, el dolor estuvo en el estómago y mientras se quejaba con llanto se acostó en el piso. Ese día el correctivo tuvo la magnitud del “show”. “Antonio, hoy estás muy enfermo, te creo, entonces no irás al colegio, es importante que te vuelvas a empiyamar y te estés acostado en la cama cuidándote todo el día, eso hacen las personas muy enfermas”. El se paró del piso, se puso la piyama,  se metió en su cama mientras decía “mamita, ¿puedo ver televisión?”. Pensé rápido “para cuidarte realmente debes estar en tu cama con los ojos cerrados, intenta dormir, así te mejorás. La televisión no te dejará descansar y tu cuerpo lo necesita”, la manera más sutil y convincente de decir “no”. Se acostó en su cuarto. Un tiempo despues me llamó “Mamá, tengo hambre ¿puedo comer froot loops con leche?”. Ante lo cual y con otro pensamiento rápido le respondí “¡No! Yo ya te haré la comida indicada para una persona enferma del estómago”. A los 20 minutos le subí a su cama una bandeja con un plato de pasta con sal y unas galletas saltinas. Un vaso de agua. Antonio expresó “mamá, quiero leche, ya estoy bien”. Yo exclamé “que dicha que ya te mejorase del estómago, entonces te vistes rápido y te llevo al colegio, que allá te darán onces”. “No, todavía estoy enfermo”, dijo Antonio. Mientras resignado se comió lo que le había llevado.

Antonio estuvo todo el día en la cama, mirando para el techo, y comiendo comida de enfermo. Cada vez que el me insinuaba que estaba mejor y podía ya ver televisión o comer algo rico, yo con alegría le decía “te llevo ya al colegio”. Fue el día más aburrido de su vida. Sin palabras: la mejor lección para su vida. Ya lleva un tiempo largo sin decir que le duele nada.

Sin gritos, sin reproches, sin castigos absurdos… el mejor aprendizaje esta en permitírles a los hijos que vivan las consecuencias de sus acciones.